El 24 de junio de 1935, Medellín quedó marcada para siempre por el estruendo de un avión en llamas que cayó en el aeropuerto Olaya Herrera. A bordo viajaba uno de los íconos culturales más grandes del siglo XX: Carlos Gardel, el Zorzal Criollo, la voz del tango. Pero tras la tragedia, más allá del duelo popular, se gestó una historia paralela, velada durante décadas, tejida entre secretos, símbolos y disputas ideológicas: la historia de Gardel y su posible vínculo con la masonería, un episodio que se entrelaza con la memoria colectiva de Medellín y con la lucha por preservar el legado masónico en una ciudad históricamente conservadora.
El primer hilo: Mario Arango Jaramillo y la historia enterrada
Mucho antes de que salieran a la luz documentos clave, fue el investigador, historiador y masón Mario Arango Jaramillo quien se atrevió a escarbar en los escombros de una memoria negada. En su libro Masonería y Partido Liberal (2006), Arango trazó un mapa riguroso del papel que la masonería jugó en los procesos políticos y sociales de Antioquia durante la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, en ese momento, Arango desconocía la existencia de los archivos históricos de la Gran Logia de Antioquia preservados en Nueva York, cuyo contenido cambiaría el enfoque y alcance de sus investigaciones.
Los hallazgos documentales en Estados Unidos —localizados muchos años después de la publicación de su obra— dieron respaldo a varias de sus tesis y abrieron nuevas líneas de indagación. Fue la Gran Logia de Antioquia, en trabajo conjunto con Arango y posteriormente con una comisión delegada en 2021, la que emprendió una labor sistemática de rescate y sistematización del patrimonio masónico antioqueño. Estos esfuerzos, aún en curso, se desarrollan con el asesoramiento y participación activa de Arango, quien hoy ostenta el título de Gran Maestro Honorario de la Gran Logia de Antioquia.
La historia de Gardel apareció reiteradamente en esos estudios, no solo por la coincidencia simbólica de su muerte con el Día de San Juan Bautista, patrón de la masonería universal, sino por las múltiples señales, rumores y testimonios que sugerían un vínculo más profundo con la fraternidad.
Gardel, la masonería y una despedida velada
La noche posterior al accidente aéreo, Medellín, envuelta en el estupor, tuvo que decidir qué hacer con el cuerpo de Gardel. El artista había sido reconocido gracias a una pulsera de oro con su nombre y dirección en Buenos Aires, y por su dentadura inconfundible. Aunque sus restos estaban parcialmente calcinados, la sonrisa que lo había hecho célebre permanecía.
Sin embargo, lo que siguió fue una cadena de obstáculos y decisiones teñidas por lo ideológico: Gardel no podía recibir sepultura cristiana. Las excusas fueron múltiples: su vida personal, su postura sobre el matrimonio, la ausencia de una familia católica cercana. Pero la razón real, repetida en voz baja en ciertos círculos clericales, era más incómoda: Carlos Gardel sería masón.
Ese rumor, extendido entre la elite antioqueña, tuvo consecuencias inmediatas. La Iglesia, poderosa e intransigente en aquel entonces, bloqueó los funerales oficiales. La respuesta vino de sectores liberales y de miembros de la comunidad artística y fraternal. Fue el barítono Roberto Ughetti, de gira en Medellín, quien contactó al padre Enrique Uribe Ospina, un presbítero progresista y de amplia influencia, para que interviniera.
Así se evitó lo que pudo haber sido un acto indigno: Gardel no fue exhibido como espectáculo masivo en el Teatro Junín, sino velado en la casaquinta del canónigo Uribe, en una ceremonia íntima. Allí, según múltiples testimonios, un grupo de masones se presentó durante la noche para rendirle honores fúnebres. Entre ellos estaba el propio Ughetti.
La simbología del día y los gestos rituales
La masonería no solo fue una constante en la vida cultural y política de América Latina en el siglo XX; también lo fue en los rituales de muerte. El 24 de junio, fecha de la muerte de Gardel, no es cualquier día: es la festividad de San Juan Bautista, símbolo solar, de luz y renovación, y uno de los dos santos patronos del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Para los masones, esa fecha marca el inicio del ciclo simbólico y la renovación de la palabra.
Varios testigos afirmaron que los masones que acudieron a la casa del padre Uribe rodearon el féretro de Gardel y, uno a uno, tocaron la tapa del ataúd, en un gesto simbólico asociado a los ritos funerarios de la fraternidad. No hubo necesidad de palabras, ni proclamaciones públicas: el silencio, el orden y el gesto contenían todo el poder de la hermandad. Más aún, según testimonios posteriores recogidos por el periodista Roberto Cassinelli y por el propio Ughetti, la ceremonia masónica se repitió al menos en dos ocasiones en la misma jornada.
De Nueva York a Medellín: el eslabón perdido
En la búsqueda de pruebas concluyentes sobre la iniciación de Gardel, todas las investigaciones serias apuntan a Nueva York. En 1933, durante su gira por Estados Unidos, existen registros que indican que Gardel cantó en al menos una ceremonia privada para una logia neoyorquina. Aunque no se ha hallado el diploma de su iniciación, el hecho de que compartiera valores liberales y frecuentara círculos ilustrados sugiere, al menos, una profunda simpatía por la masonería. Se sabe que Gardel estaba rodeado en Nueva York de un circulo social compuesto por reconocidos masones del mundo de la farándula de aquel entonces.
En Argentina, la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones ha intentado durante años rastrear documentos que certifiquen su pertenencia, sin éxito. Lo mismo ocurre en Uruguay y Francia, los dos países que aún hoy debaten sobre su lugar de nacimiento. Sin embargo, desde la Gran Logia de Antioquia, se ha planteado una hipótesis razonada: que Gardel haya sido iniciado en Estados Unidos y que su filiación fuera mantenida en el más estricto sigilo, como correspondía a la época.
Un legado en reconstrucción
Desde hace varios años, la Gran Logia de Antioquia realiza cada año una ceremonia solemne en memoria de Carlos Gardel, recordando no solo su valor artístico, sino su simbolismo como figura libre, cosmopolita y posiblemente fraternal. La ceremonia busca restaurar el vínculo espiritual entre la masonería antioqueña y uno de los íconos culturales más potentes de América Latina, tal sentido es conmemorado masónicamente cada 24 de junio en Medellín.
Este homenaje es parte de un esfuerzo mayor que incluye la investigación, recuperación documental y resignificación de la historia masónica regional. La comisión histórica delegada por la Gran Logia en 2021, compuesta por historiadores, archiveros y hermanos de la Orden, continúa su labor en diálogo constante con Mario Arango. Hoy, gracias a estos esfuerzos mancomunados, la masonería antioqueña ha comenzado a recuperar no solo sus archivos, sino también su dignidad histórica, largamente vulnerada.
El canto que no muere
Gardel no solo dejó su voz en el tango; dejó también una serie de interrogantes que conectan con lo profundo del alma humana: la libertad de pensamiento, la fraternidad universal, la dignidad frente a la muerte. Quizás por eso los masones de Medellín vieron en su figura algo más que un artista. Vieron un hermano.
Si su historia fue silenciada por la intolerancia, hoy está siendo reconstruida por la memoria. Y en esa reconstrucción, la Gran Logia de Antioquia no solo honra a Gardel, honra también a todos aquellos que, como él, vivieron de pie y pensaron libremente, aun cuando su voz fue acallada por el fuego y la censura.
Porque al final, como toda verdad masónica, la historia de Gardel también exige ser develada con tiempo, paciencia y voluntad. Y todos los caminos que llevan a ella, inevitablemente, pasan por Nueva York.